Pasé Thanksgiving*, en mi estado natal de Minnesota, y la comida que preparamos podría considerarse una cena de Acción de Gracias típica del medio oeste estadounidense casi por excelencia: pavo, salsa “gravy”, puré de papas, aderezo, chauchas, salsa de arándanos, pastel de calabaza con crema batida, y el Jefse de mi abuela noruega (Z”L), de cuya preparación anual me hice responsable en mi generación. Dicho esto, un observador cuidadoso notaría algunos cambios respecto de las tradiciones de nuestros vecinos: el aderezo sin menudencias de ave que mi madre me prepara desde que me hice vegetariano a los 13 años, y el kugel de fideos que mi abuela paterna judía, nacida en Brooklyn introdujo al menú durante mi infancia.
Toda esta creatividad en torno a los límites de la tradición y el cambio me hizo pensar en la autenticidad, y en especial acerca de las preguntas que definen los límites dentro de la comunidad judía. ¿Qué hace que algo sea judío? ¿Y cuándo y cómo ciertas prácticas no judías se abren camino y llegan a lo más profundo del judaísmo?
Por un lado, la tradición judía parece ofrecer una advertencia bastante firme contra la incorporación de influencias extranjeras en la práctica judía. En Levítico 18: 3-4, D’s ordena:“No copiarás las prácticas de la tierra de Egipto donde moraste, ni de la tierra de Canaán a la que te llevo; ni seguirás sus leyes. Solo observarás Mis reglas y seguirás fielmente Mis leyes: Yo, el Señor, soy tu D’s.” En Deuteronomio 13: 1, se menciona algo similar. D’s ordena a los israelitas que «tengan cuidado de observar solo lo que Yo les ordeno: nada agregarás ni quitarás», lo cual es una reiteración del mandato de D’s en Deuteronomio 4: 2 donde se expresa«No agregarás nada a lo que Te ordeno ni quitarás nada de ello, pero guardarás los mandamientos del Señor su D’s que Yo te ordeno».
Por otro lado, esta resistencia a incorporar elementos foráneos contradice la indiscutible realidad de que el judaísmo auténtico, desde sus comienzos, ha incorporado prácticas a modo de “collage”. ¿Qué podría ser más auténtico o reconociblemente judío que romper una copa en una boda judía? Sin embargo, esta práctica proviene de antiguos ritos paganos, cuyo objeto era proteger a los novios de los demonios que sentían envidia de la felicidad humana y, por lo tanto, intentaban “estropearla”. A pesar de los vigorosos esfuerzos de los rabinos para desarraigar esta práctica de las bodas judías, su fracaso condujo a una estrategia alternativa de incorporación, reinterpretación de la costumbre (conmemorar la destrucción del Templo) y aceptación de ella como auténticamente judía. ¿Y qué sucedió con el jasidut? Resulta ser que muchos de los elementos centrales de la tradición jasídica –la danza extática, los nigunim ,las homilías basadas en parábolas, la centralidad del rebe—están tomadas y adaptadas del sufismo.
Tal como Beth Berkowitz escribe en su excelente libro Defining Jewish Difference: «El concepto mismo de cultura como una entidad coherente (…) ha sido objeto de un escrutinio cada vez más intenso, con un énfasis cada vez mayor en las formas en que las culturas (…) son el resultado y están sujetas al concepto de lo híbrido y de la evolución, incluso cuando a menudo afirman su propia solidez y estabilidad». En el contexto del judaísmo contemporáneo, como escribe Jon Levisohn, “lo que vemos a nuestro alrededor, entre los judíos contemporáneos, es precisamente lo que ven los historiadores del judaísmo, pero en mayor medida: evolución, diversidad, adaptación, innovación y asimilación de influencias externas al servicio de la vitalidad cultural. No podemos distinguir lo esencial de lo efímero, o la observancia tenaz de la asimilación… «.
En la misma línea, Andy Ricker, el valorado chef y restauranteur a cargo del mini imperio de los restaurantes PokPok Thai, escribe: “La gente a menudo elogia la comida que servimos en PokPok y mis otros restaurantes por ser «auténtica». Me siento halagado, pero esa palabra al igual que el término «tradicional», están desterrados de mis restaurantes. Estas palabras implican una cocina absoluta, el concepto de que hay solo una comida verdaderamente tailandesa, en algún lugar (…)Ambos términos son definiciones absurdas, como si las tradiciones fueran las mismas en todas partes, como si no cambiaran, como si las costumbres culinarias no evolucionaran con su propia velocidad. Después de todo, algunos de los ingredientes, técnicas y platos que más asociamos con la comida de Tailandia son, de hecho, relativamente nuevos en la gastronomía…”.
Quizás nada define la comida tailandesa para nosotros los estadounidenses como el sabor picante del chile. Pero el chile llegó a Tailandia con comerciantes portugueses proveniente del Nuevo Mundo alrededor del siglo XVI. Eso significa que los tailandeses habían estado cocinando durante milenios antes de su llegada, empleando el picor de los granos de pimienta, el galangal y otras hierbas y especias de sabor intenso.
Si las tradiciones siempre están cambiando, aferrándose a algunos elementos mientras se adaptan e incorporan otros, creo que eso significa que muchas versiones diferentes del judaísmo pueden ser auténticas. De hecho, discutir lo que es auténticamente judío podría ser la tarea más judía de todas. Cuando tomamos nuestra responsabilidad en serio, ingresamos al terreno en el cual debemos negociar nuestra responsabilidad con el pasado y nuestra responsabilidad con el futuro.
Los textos en Levítico y Deuteronomio sugieren una profunda preocupación por la supervivencia de la tradición judía, miedo al cambio y a la disolución, el deseo de preservar y mantener nuestra cultura intacta a pesar de las presiones y tironeos de la historia. Llamaré a esta perspectiva“impulso de preservación”, y representa uno de los polos en la tensión dinámica del judaísmo.
Hay toda una infraestructura dentro de la tradición judía que apoya este impulso de preservación. El proceso halájico en sí mismo es intensamente conservador. El cambio halájico ocurre con el transcurso de las generaciones y casi siempre se expresa en términos de interpretación más que de innovación. Las festividades refuerzan constantemente la idea del tiempo como un fenómeno cíclico y no lineal: no hay nada nuevo bajo el sol.
En la dirección opuesta al impulso de preservación se encuentra una tradición profundamente arraigada en el progreso, a la que denominaré “el impulso adaptativo”, cuyo fin es lograr que el judaísmo esté cada vez más conectado con las circunstancias del pueblo judío y del mundo en el que vivimos. Este es el impulso que lleva a muchos a anhelar la reconstrucción del Templo y a otros a declarar rotundamente nuestro compromiso con la inclusión de mujeres y de judíos que quedan muchas veces excluidos de la comunidad. Es el ímpetu teleológico que inspiró la fundación del Estado de Israel e infunde nuestras plegarias por la llegada del Mesías.
En la tensión dinámica entre estos dos impulsos es donde el pueblo judío sobrevive y prospera. Si nos centráramos solo en preservar nuestra tradición, pronto nos convertiríamos en un pueblo atrapado en el tiempo. (Piensen en lo que le sucede a la música country cuando rechaza “Old Town Road” de LilNas X por no ser lo suficientemente «country».) Y si solo miráramos hacia adelante, en poco tiempo nos alejaríamos de las tradiciones que nos dan unidad y significado.Ninguno de nosotros cree que la Torá escrita fue el principio y el fin de la vida judía. Ninguno de nosotros renunciaría al derecho y a la responsabilidad de evolucionar. Todos somos responsables de re-imaginar, recrear y reinterpretar la Torá. Y yo diría que ninguno de nosotros debería estar dispuesto a alejarse del cúmulo de textos, tradición e historia que de manera conjunta constituyen el judaísmo (o los judaísmos) de hoy.
Algunos de nosotros nos sentimos más atraídos por el impulso de preservación e intentamos cumplir la función de mantener nuestras tradiciones e infundirles poder y resiliencia. Y otros de nosotros escuchamos el llamado adaptativo con mayor claridad y buscamos la forma de reinventar nuestro rol en la historia y en el mundo.
Todos estuvimos juntos en el Sinaí. Es solo a través del entramado de nuestras diferentes perspectivas y entendimientos que la textura de la civilización judía sigue siendo vibrante y significativa. Debemos trabajar para superar las diferencias entre nosotros y, por el contrario, encontrar fuerza en ellas.
SOBRE EL AUTOR:
Aaron Dorfman es un educador de gran trayectoria, consultor y activista por la justicia social. Antes de asumir como Presidente para la fundación Lippman Kanfer Foundation for Living Torah, integró durante 10 años el equipo de liderazgo del American Jewish World Service (Servicio Judío Mundial Americano), donde organizó y movilizó a judíos estadounidenses para que pudieran canalizar su filantropía, su tiempo como voluntario y su poder político en apoyo a los derechos humanos en todos el mundo. Previamente, trabajó nueve años diseñando y liderando programas de educación informal en Temple Isaiah, una sinagoga en el área de la Bahía de San Francisco. Aaron es miembro del Consejo Consultivo de Safety Respect Equity. También fue fundador y miembro del Directorio de Repair the World, una organización sin fines de lucro comprometida con la ayuda a la comunidad judía, y formó parte del Directorio de Coney Island Prep, una innovadora escuela privada de Brooklyn South. Aaron tiene una licenciatura de la Universidad de Wisconsin, un MPP de la Harvard Kennedy School y un certificado del Instituto Pardes de Estudios Judíos. Vive en Brooklyn con su esposa Talia Milgrom-Elcott y sus hijas Oren, Sela y Dami.
Bibliografía: Dorfman, A. (19 de diciembre de 2019). The Times of Israel. Obtenido de blogs.timesofisrael.com: https://blogs.timesofisrael.com/authentic-judaism-is-preservation-and-adaptation-both/