El espejo de nuestra vida


Por el SEM. MATI BOMSE

 

En su libro Pensar la muerte, el filósofo Vladimir Jankélévitch trae una idea interesante acerca de lo que él llama “la cosa más banal de esta vida”: la muerte de los seres humanos.Sin embargo, cuando la realidad no se trata de una estadística, sino de una tragedia personal, se convierte en una situación trascendente en nuestra vida.

Propone tres formas en las que nosotros nos enfrentamos a esta naturaleza:

  1. “La muerte en tercera persona”, la que no me importa. Esa que le sucede a quien no conozco en absoluto y que, por consiguiente, me genera indiferencia.
  2. “La muerte en segunda persona”, la de alguien cercano que es más parecida a “la mía sin ser la mía”. La muerte dolorosa, la de alguien que amo. Esa que me empuja al duelo, la que me lleva a decir “no puede ser”, “¿por qué ahora?”, “¿por qué de esta forma?”.
  3. Por último, “la muerte en primera persona”, de ella no solemos decir nada porque habla de nuestra propia muerte. La que negamos, aunque admitamos que vamos a morir, la muerte imposible.

Por lo general, este tópico no es tema de conversación o lectura. Es algo que escondemos en nuestra alfombra del inconsciente. Lo interesante es que, según distintos pensadores, la muerte es el motor de nuestra vida. Como somos conscientes de que en algún momento todo va a terminar, nos aferramos a la idea de vivir.

Mi mentor y Rabino Ale Avruj dice que: “Lo contrario de la muerte no es la vida, lo contrario de la muerte es el nacimiento. Nacemos y lo único que nos dan por seguro y sentado es que en algún momento vamos a morir. Ninguna otra cosa de la que suceda en el medio está escrita, está dicha o está sabida que va a suceder”.

Somos nosotros los que construimos nuestra propia historia. Está en nuestras manos honrar el tiempo que nos regalaron en este mundo, para ver la vida como el milagro de todo aquello que nace a nuestro alrededor de diferentes formas todo el tiempo. Sólo tenemos que animarnos a ser conscientes de esta idea, para comenzar a escribir, decir y pensar acerca de nosotros mismos y el mundo que nos rodea, con más sabiduría.

Si intentamos negar la idea de la muerte, vamos a vivir según Heidegger en una “existencia inauténtica”. ¿Cuál es el precio de vivir sin querer saber? La falta total de sentido. Quienes prefieren sostener esta posición viven en un mundo que otros crean para ellos, leen lo que les dicen que hay que leer, opinan lo que se debe opinar. Son aquellos que creen elegir pero no eligen, los que creen saber pero no saben.

Sin embargo, reconocer nuestra finitud nos lleva a tener una “existencia auténtica”.

Siendo conscientes de que no tenemos todo el tiempo del mundo, deberíamos pensar por nosotros mismos y elegir sabiamente lo que queremos. Viendo la vida de esta manera nos comprometemos a ir más allá de lo que otros dicen, y de ese modo nos hacemos cargo de nuestros propios tiempos.

El Rabino Harold Kushner escribe: “La mayor parte de las personas no teme morir, sino no haber vivido. La gente suele aceptar el hecho de la mortalidad, pero lo que más los atemoriza es el terror a la insignificancia. La idea de que no los recuerden”.

Nuestra tradición en estos tiempos nos enfrenta a la idea de nuestra propia muerte. Nos propone pensar diferentes escenarios posibles si estos fueran los últimos días de nuestras vidas. ¿Aprovechamos nuestros tiempos como hubiéramos querido? ¿Cumplimos nuestra misión en la vida? ¿Seremos recordados por nuestras buenas acciones? ¿Qué legado le dejamos a este mundo? ¿Quiénes nos recordarán cada día?

Este año, al igual que cada Rosh Hashaná y Iom Kipur, nos enfrentamos al espejo de nuestra vida que delata nuestras imperfecciones. Nos invitan a realizar un profundo “Jeshvon Hanefesh” (balance personal) para transformarnos en mejores personas.

“¿Quién vivirá y quién morirá?” recitan los textos de las plegarias de nuestros Iamim Noraim. Vivirán aquellos que no tengan miedo de enfrentarse a sí mismos y a su finitud, quienes reconozcan sus errores. Volverán a nacer quienes tengan la capacidad de disculparse y recibir el perdón. Volveremos a resurgir solo cuando recuperemos la respuesta al porqué vivir.

Shaná significa “año”, y su raíz en el hebreo nos regala palabras que están conectadas con ella, como “shinui” que significa “cambio”. Mi mamá suele decir: “Si querés que las cosas sean de otra manera, no vuelvas a hacer lo mismo”. Empieza un nuevo año y tenemos la oportunidad de que aquello que queremos que cambie se modifique.

Estos últimos meses nuestro tiempo estuvo plagado de desafíos y renovaciones que transformaron la manera de entender al mundo que nos rodea. Aprendimos a vivir en comunidad a pesar de la distancia y nos dimos cuenta de lo alto que podemos llegar a ser como kehilá, a través de acciones concretas que nos hicieron crecer como seres humanos y como sociedad.

Cambiamos porque de eso se trata la vida, a veces por decisión personal y a veces por situaciones ajenas a nosotros. En cualquier caso hay que estar preparados para enfrentar con coraje, fuerza emocional, y sabiduría, cada desafío que nos propone la vida. Seamos inscriptos este año más que nunca, en el libro de la vida plena.

Gmar Jatimá Tová

Mati Bomse
Seminarista de la Comunidad Amijai
Director de Juventud
Moré de Talmud Torá

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