La Noche de los Templos


Por MIRI LUNIC

 

Abrir las puertas de nuestra casa
Abrir nuestra neshamá

Por Miri Lunic

La Noche de los Templos, actividad organizada por cuarto año consecutivo por la Secretaria de Cultos del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, fue una brillante oportunidad para darnos a conocer y derribar prejuicios. Nos preparamos como corresponde a un gran evento. Así lo sentíamos, desde días antes, pensando, ensayando, volviendo a pensar qué queríamos transmitir. Pensábamos en la gente que no conocía sobre nuestras costumbres, o los que las tergiversaban, o los nuestros que nunca habían venido. ¿Cómo hacer para mostrarles nuestra realidad?

Aprendimos de nosotros mismos, cuántas celebraciones tenemos en el año y qué significan o recuerdan. Nos dimos cuenta de que las reuniones comunitarias y familiares son como refugios “espacio-tiempo” que nos contienen y dan sentido a nuestras vidas.

¡Cuánto amor en los preparativos! ¡Que no falte esto! ¡Que esté todo lo necesario! ¡Que esté bien presentado, bien cuidado cada detalle! La alegría compartida de a quién le toca hacer una cosa o la otra, ofrecerse, esperar el turno, dar lugar a todos…unos días febriles. Naturalmente surgían las habilidades de cada una y se aprovechaban, unas con condiciones para organizar, otras para adornar, otras para chequear que nada faltara, otras para hablar, otras para orientar los grupos con amabilidad. Tantos detalles. ¡Recibíamos visita y había que agasajar!

Imbuidas en la hermosa tarea, nos fuimos dando cuenta de que nuestras amadas costumbres, nos agasajan a nosotros mismos cada shabat que fue mostrado, cada brit milá, cada bar o bar mitzvá, cada casamiento, que nos permiten terminar y empezar nuevos ciclos en las Altas Fiestas, que nos acompañan en los momentos difíciles, que le dan sentido en el alma, en el lugar y tiempo, en nuestras vidas a todo lo que hacemos. Al mostrar nuestras costumbres, nos dimos cuenta de que tenemos un modo de vivir que consagra el tiempo y la vida, que nos lleva a respetarnos unos a otros y a nosotros mismos.

Todo lo que hicimos en ese momento y en cada uno, como toda tarea, nos confronta con quienes somos, nos hace crecer y así lo vivimos. Sentimos que la gente que concurrió se sintió cuidada y agasajada, preguntaban con interés, recorrían todo el templo aún si tenían que hacer cola y esperar algunos minutos. Verlos irse sonrientes saboreando un trocito de leicaj, nos dejó contentas y con la hermosa sensación de haber cumplido nuestro objetivo comunitario y personal.

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