La participación femenina en la práctica litúrgica a través de los tiempos en nuestra tradición
Muchas veces me pregunto: ¿qué tipo de comunidades dejaremos a las generaciones que continúen con nuestra tradición?
A lo largo de nuestra historia, bajo diferentes circunstancias, hemos podido sostener el legado de nuestra tradición. Distintas generaciones de nuestro pueblo a lo largo de los siglos supieron construir y nutrir nuestra cultura, desafiando las imposiciones, las persecuciones, los pogroms y los exilios. A pesar de ello, actualizamos y renovamos permanentemente las prácticas que nos ayudaron a mantener viva nuestra tradición a través del ritual y de nuestras ceremonias.
Somos pueblo de memoria, que hace, que construye. Y sin embargo, la pregunta que a algunos nos sigue interpelando es ¿cuál es el lugar de la mujer en esta construcción colectiva? En este hacer y practicar, en el que las mujeres somos la creativa, sensible y desafiante otra gran mitad del minian.
A lo largo de la historia, toda práctica que nos eximió a las mujeres, entiendo que estuvo dirigida a proteger los roles que ocupábamos en la familia y en la sociedad, con el objeto de no ponernos en falta, de que fuésemos nosotras quienes garantizáramos las tareas del hogar, el funcionamiento familiar, la crianza y la educación de los hijos. De este modo, la participación en la liturgia y la actividad social, política y religiosa fue quedando reservada para los hombres.
De este modo también, la voz femenina en lugar de tener cuerpo, de tener su lugar en el espacio público, se fue convirtiendo en un objeto construido desde una mirada masculina. No sin resistencias, en la tensión y el movimiento que se produce entre la tradición y el cambio, cuando se quiso cuestionar esa mirada, esas voces fueron acalladas por un discurso que hizo perder la objetividad al relato. Así se fue imponiendo que las mujeres no participábamos del minian, no leíamos Torá públicamente, no usábamos talit, no usábamos kipá, que se nos estaban vedados los tefilin. Que el ritual activo y participativo no era un lugar para nosotras.
Sin embargo, si leemos los textos corriendo el velo de esos prejuicios, encontraremos ejemplos que nos demuestran que no todos los tiempos fueron iguales, ni las mujeres tampoco. Que hubo mujeres fundamentales en el culto y en el estudio.
Nos enseñan también que lleva tiempo cambiar un paradigma, y que tenemos que aprender a releer nuestras fuentes para entender cómo fue este proceso de exclusión. Pero además, nos impone el desafío hoy de desterrar el prejuicio para retornar a la igualdad originaria de la Creación.
Nuestro rol nunca fue igual
En los textos bíblicos encontramos el liderazgo de nuestras matriarcas y su rol decisivo dentro de la construcción de valores. Con leyes contradictorias en sus prácticas e interpretaciones se les establecían derechos y obligaciones, en los tiempos del Talmud, encontramos que varias se desempeñan como docentes, juezas, líderes que dirigen –algunas sin disimulo- la vida de sus maridos.
Sin embargo, con el correr de las páginas, a las mujeres se las fue “corriendo” de los textos –y de su práctica religiosa- para que su participación no afectara en sus obligaciones domésticas, y más tarde, se las exceptuó de todo precepto a través de una reglamentación rabínica. Llegamos al período Feudal donde la participación litúrgica femenina es inexistente.
Tenemos que arribar al Siglo XVI para encontrarnos con Asnath Barzani, primera rabina en la historia de la humanidad, que se puso al hombro la Ieshivá de Mosul tras la muerte de su marido, donde dirigió la formación de rabinos en Irak, y forjó una gigantesca tarea educativa. Le imploró a Dios no tener más hijos, para poder dedicarse al estudio y la enseñanza de la Torá.
¿El rol de las mujeres en nuestra historia fue siempre igual? ¿Las mujeres no leen Torá? ¿No llevan adelante una Tefilá? ¿Qué decir de Regina Jonas, que en los tiempos más oscuros que conoció la humanidad, cuando el terror se devoraba vidas de nuestros hermanos en los campos de concentración, supo llevar consuelo y garantizar la liturgia y la práctica religiosa?
¿Hasta dónde podemos pensarnos hoy las mujeres judías como propiedad absoluta para el cuidado del hogar y la familia?
Quienes crecimos, nos educamos y dirigimos comunidades en los marcos del Movimiento Conservador – Masortí sabemos que para las mujeres no ha sido un camino sencillo de transitar.
Sin embargo, la experiencia rabínica me ha demostrado que cuando nos abrimos paso construyendo comunidades, siendo líderes de educación, acompañamos a muchos en el camino de la observancia, del estudio, y estamos en los momentos claves de la vida de los miembros de nuestras comunidades, no necesitamos dar mayores explicaciones sobre nuestras capacidades en la tarea. Que el vínculo construido con esa familia que está formándose, o con esa que despide a uno de los suyos, hace caer cualquier prejuicio, ése que hacía vacilar a algunos por ser mujeres. Y que, entonces, ya no importa si quien acompaña es hombre o mujer. Sino que es su Rab quien está para contener.
Si bien los cambios culturales y de paradigmas son procesos que en algunos casos son más acelerados que otros, no podemos perder de vista que hay marcos culturales y regionales que nos indican que no se dan de igual manera en Latinoamérica.
Aspirar a comunidades más igualitarias es un desafío que nos involucra tanto a mujeres como hombres. Es una responsabilidad nuestra, de nuestros líderes y colegas educar en la equidad. Para entonces sí garantizar para nuestras niñas y jóvenes, espacios de construcción y fortalecimiento comunitario identitario en igualdad de condiciones. Un trabajo que inexorablemente nos involucra a todos y a cada uno como la gran familia comunitaria que somos. Compromiso y continuidad. Am Ejad Im Lev Ejad. Un pueblo, con un solo corazón.