La Teshuvá del West


Por TOMÁS DANA

 

Giacomo Puccini era un compositor ya consagrado cuando viajó a Londres en el año 1900 para el estreno triunfal de su ópera Tosca. Obsesionado en su búsqueda de una nueva historia para su próxima obra, no esperaba encontrarse con David, una persona (¡artista!) que lo cambiaría todo y a todos. Y menos en una función de teatro hablado en un inglés del cual no entendía una sola palabra.

Eran épocas de innovaciones y el teatro se estaba transformando velozmente por obra y arte de David Belasco.

David no pudo resistírsele. Según sus palabras: “Yo acepté rápidamente y le dije que podía hacer lo que quisiera con mi pieza y sobre la base de cualquier contrato, pues no es posible discutir asuntos de negocios con un italiano impulsivo que tiene lágrimas en los ojos y los dos brazos alrededor del cuello de uno”.

Lo que no sabía David es que ese italiano loco inmortalizaría su obra como “Madama Butterfly”, pero menos sospecharía que su segunda colaboración con “La fanciulla del West” sería un manifiesto tan potente de teshuvá y perdón.

Giacomo tampoco esperaba que tal aporte viniera de David, un judío americano, descendiente de sefardíes portugueses, considerado en su época como un Spielberg actual.

Y así fue cuando la Fanciulla se materializó como una historia de inmigrantes marginales, devenidos en mineros: italianos, irlandeses, ingleses, chinos, pueblos originarios, etc., todos revueltos y retorcidos por la fiebre de oro californiana. Parece un simple relato de vaqueros donde el chico malo se enamora de la bella doncella, enfrenta a su rival, se arrepiente, consigue el perdón y se lleva a la chica.

Pero es mucho más complejo, es una teshuvá hecha música, una tefilá contínua de dos horas. Gestada por David, materializada por Giacomo y sacralizada por aquel que la escucha. Todo está ahí: teshuvá, el Día del Perdón y su redención. La música es tan compleja y emotiva que deja perplejo al que la escucha, ya que lo conecta directamente al corazón revelando una comunión con el altísimo.

La joven y bella Minnie, la única posadera en un pueblo de mineros marginados, soltera y codiciada por todos, se reserva para su verdadero amor defendiéndose con sus propias armas. Sin embargo, es solidaria y maternal ocupándose y conteniendo a cada uno. Enseña contínuamente el Tanaj en una kehilá de las peores gentes, emulando un shabat. Recita en este momento el Salmo 51 de David, “Púrgame con hisopo y seré puro; lávame y seré más blanco que la nieve… Crea en mí un corazón puro, D’s, y renueva dentro de mí un espíritu recto…” que evoca el pedido de perdón del Rey David ante D’s por haber transgredido su leyes con Betsavé.

Minnie se enamora de un forastero, que irrumpe en la posada y que en realidad es el ladrón de oro más peligroso y buscado. Dick sucumbe y abandona sus planes de asalto enamorándose de Minnie a primera vista. Pero despierta las sospechas de Jack, el sheriff corrupto del pueblo que desea a Minnie lascivamente.

Cuando Dick es descubierto y herido de bala, Minnie lo esconde y lo protege. Le gana una libertad temporal al sheriff en una partida de póker haciéndole trampa. Recuperado de sus heridas, Dick se escapa, pero es atrapado por el pueblo que está dispuesto a colgarlo. Minnie suplica que le perdonen la vida por el amor y el esfuerzo incondicional que tuvo hacia ellos. El pueblo lo perdona y la pareja se aleja desterrada hacia una nueva vida de redención.

Una historia inverosímil tanto para aquella como para nuestra época, pero nunca tan vigente y tan llena de D’s.

No existen las casualidades, sino las causalidades. La obra de Puccini perdura hasta nuestros días, se sigue cantando su música, la más conocida es el “Nesun Dorma” que fue lo último que compuso. A David no se lo recuerda tanto, pero su legado en Broadway es innegable. No era imposible que se encontraran pero sucedió en la forma menos pensada. Estos hombres fueron los vehículos que D’s eligió para su mensaje de Teshuvá, y de Iom Kipur. En ese momento ambos se hallaban en el pico de sus éxitos, la vida no podía darles más, pero sí pudieron retribuírselo con su arte. Cumplimentar esa regla no escrita que el equilibrio del universo es perfecto, que lo que recibes es porque das y no solo material, sino espiritualmente. Una enseñanza, una palabra de aliento, un plato de comida o solo una escucha amiga en ese momento justo.

Al centro David Belasco, a la derecha Giacomo Puccini, parado al fondo Arturo Toscanini (uno de los mejores directores de todos los tiempos y primer figura de la orquesta de Palestina, luego Sinfónica de Israel)

Pedir perdón es fácil, ayunar podríamos decir que también. Arrepentirnos es otra cosa. Buscarnos y encontrarnos en el otro, trascendernos para ser mejores un poquito cada día es otra historia. Como en los personajes de la Fanciulla, todos somos imperfectos, ambiciosos, codiciosos, egoístas, buscando la bendición del oro (cuando en realidad puede ser una maldición). Todos pudieron trascenderse y cambiar gracias a una verdadera teshuvá. La música puede ser algo disonante y por momentos confusa, coherente con nuestras contradicciones, pero radiante al final, cuando el pueblo reconoce que Minnie habla con las palabras de D’s y pueden perdonar al verdadero arrepentido.

Antes de pedir perdón, perdónense cada uno a ustedes mismos y serán rubricados como Giacomo y David, en el Libro de la Vida, que preserva la bendita memoria de nosotros por siempre y para siempre por todas nuestras generaciones.

Shaná Tová Umetuká.

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